Todo dermatólogo, después de completada su carrera de médico, debe estudiar para conocer a fondo la estructura y función de la piel así como los cambios que se producen en la misma desde la infancia hasta la vejez, posteriormente se estudian las lesiones elementales y como reconocerlas, luego las enfermedades (patologías) que producen esas lesiones y por qué y cómo se producen, por último aprendemos a dar tratamiento a las mismas o como evitar que se produzcan.
Todo este proceso toma años y reconocer los aproximadamente 3.000 (tres mil) diagnósticos que se pueden hacer en la piel no es tarea fácil, por lo que aún después de que hemos obtenido el título, seguimos aprendiendo cada día con cada nuevo paciente que vemos en la consulta…todo esto sin contar que además debemos conocer las tecnologías que se aplican en algunas ramas de la dermatología y que nos obligan a estar actualizados casi a diario con los últimos avances en ese campo.
El problema llega cuando la piel está enferma. Parece mentira que las mismas personas que correrían al cardiólogo por un dolor en el pecho, al gastroenterólogo por una gastritis o al oftalmólogo por una visión borrosa sin osar auto medicarse; estén dispuestos a usar cualquier cosa que le recomiende la vecina, alguien en el salón de belleza o un compañero de trabajo, sin importar qué sea la sustancia que se vayan a aplicar ni mucho menos el diagnóstico de la lesión que tienen.
Por todo esto la próxima vez que tenga una lesión cutánea que no se curó sola en unos pocos días, que se está extendiendo o que tiene un aspecto que no le parezca normal, recuerde que el Dermatólogo es el único que conoce la piel y sólo él podrá manejarla de la manera más acertada, pues a pesar de que la piel está a la vista de todos, no es cualquiera el que puede tratarla, ya que para ello se necesitan años de preparación y experiencia.